
REFLEXIONES DE GALEANO
ENTRE EL INSOMNIO Y LA HISTORIA

En la quietud de una noche sin luna, mi mente vagaba por los titulares del día. El despliegue de 4.000 marines cerca de las costas de Venezuela, justificado por una supuesta “guerra contra el narcotráfico”, me oprimía el pecho. Era una historia que había escuchado antes, una melodía que resonaba con el eco de los relatos de nuestro continente. Entonces, en ese espacio entre el insomnio y el olvido, cerré los ojos… Soñé que caminaba por una playa desierta del Río de la Plata, bajo un cielo plomizo que parecía cargar con los dolores del continente. La arena era oscura, como si estuviera hecha de cenizas de libros quemados, y en medio del viento escuché una voz que no venía del aire, sino del suelo, de la historia, de las entrañas de América.
—¿También tú sigues creyendo que el saqueo terminó? —me preguntó.
Era él. Eduardo Galeano. Con su mirada profunda, sus manos llenas de tinta y una sonrisa triste que conocía bien. Estaba sentado sobre una roca, hojeando un libro cuya portada brillaba como el petróleo.
—¿Eduardo? —le dije—. ¿Otra vez aquí?
—Nunca me fui —respondió—. Solo duermo cuando el mundo se cansa de escuchar la verdad. Y ahora, cuando vuelvo a abrir los ojos, veo que las venas siguen abiertas.
Sus palabras cayeron como piedras en el agua. Recordé su libro, Las venas abiertas de América Latina, ese grito de amor y dolor que nació en la clandestinidad, que se convirtió en la Biblia de los que soñamos con una América libre. Un obra que no solo contó el saqueo, sino que lo desnudó con la precisión de un cirujano y la furia de un poeta.
—Hoy —le dije—, hablan de una “guerra contra el narcotráfico”. Han movilizado miles de marines cerca de Venezuela. Dicen que Maduro es un “narcoterrorista”. Que supuestamente existe un “Cartel de los Soles”. Eduardo lo más increíble es que eso no es reconocida siguiera por agencias como la DEA, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), ni por las agencias de combate a las drogas de la Unión Europea.
Galeano soltó una risa amarga.
Es una fábula que ha servido para instalar la narrativa de Venezuela como un «narcoestado» desde 2015, a pesar de que la documentación internacional no lo respalda.
—Es el mismo guion de siempre —susurró, como si recitara un tango triste, Ah, el viejo truco del enemigo —dijo—. Primero fue el comunismo, esa sombra que perseguían en cada esquina. Luego, las armas de destrucción masiva que nunca existieron. Y ahora… ahora es la droga. Siempre necesitan un demonio para justificar el crimen.

Recordé entonces lo que escribió una vez: “La historia oficial es una mentira bien contada.” Y aquí estaba, otra vez, la calumnia excelentemente narrada: una cruzada moral contra el narcotráfico, mientras los verdaderos carteles operan en Wall Street, en los bancos suizos, en los puertos de Miami.
—Pero ¿por qué Venezuela, Eduardo? —le pregunté.
—Porque —dijo—, tiene las reservas petroleras más grandes del mundo. Más de 300 mil millones de barriles. Posee oro, coltán, tierras raras, litio… Todo lo que el imperio necesita para seguir respirando. Y porque, como dijo alguna vez el Che: “El imperialismo no es un hecho natural, es una política.” Y esa política siempre busca someter.
Se levantó, caminó hacia el mar. El viento agitaba su chaqueta, como si quisiera arrancarle los bolsillos llenos de memorias.
—¿Sabes cuál es la verdadera droga que consume Estados Unidos? —me preguntó—. No es la cocaína. Es el poder. La adicción al dominio. Y cuando el cuerpo del imperio se debilita, su déficit crece y su hegemonía tiembla, busca nuevas venas para chupar.
Y esas nuevas venas —le dije—, están en América Latina.
—Exacto —asintió—. Las nuevas venas abiertas no son solo petróleo, oro y coltán. Son la dignidad, la soberanía y la esperanza. Por eso las quieren cerrar. Por eso inventan “carteles”, por eso ofrecen recompensas millonarias sin pruebas, por eso señalan con el dedo a líderes elegidos por su pueblo.
—Como hicieron con Irak —dije.
—Como hicieron con Libia —dijo él—. Como hicieron con Siria. Y ahora quieren hacerlo con Venezuela. Y si lo logran, no consistirá en una invasión. Será un entierro: la sepultura de un país, de un sueño, de una historia.
Guardamos silencio. En el horizonte, una bandada de gaviotas volaba en círculo, como si estuviera dibujando el mapa del continente.

Y de pronto por esas cosas que solo pasa en el plano de los sueños, me encontré sentado frente a él en un café de Montevideo. El aroma a tabaco y café cargado flotaba en el aire. Las paredes estaban cubiertas de fotos descoloridas de poetas, revolucionarios y músicos. Y allí, sentado con una sonrisa serena y una visión llena de mundo, junto a una ventana desde la que se adivinaba el Río de la Plata el reía.
Me miró a los ojos, como si pudiera leer mis pensamientos, y una paz inexplicable me invadió.
—Las venas abiertas, ¿verdad? —me dijo, y en su voz había una mezcla de resignación y ternura.
Asentí. No necesité hablar. Él ya sabía lo que me atormentaba: las acusaciones sin pruebas, los millones de dólares en recompensas por la cabeza de líderes elegidos, el despliegue militar bajo el pretexto de una “guerra contra el narcotráfico”. Todo envuelto en el humo de una mentira vieja, reciclada con nuevos nombres.
—Claro —dijo—. Recuerda el imperio no solo invade con soldados. Invade con palabras. Con miedo. Con noticias falsas. Y ahora, con el Tren de Aragua, como si fuera un monstruo salido de una pesadilla. Pero no olvides esto: “Cada vez que un niño ríe en América Latina, el imperio pierde una batalla.”
Se recostó en la silla, como si el peso de los siglos le causara pesadumbre en los hombros.
Sus ojos brillaron. Y entonces, como si el viento lo hubiera traído y ahora lo reclamara, comenzó a desvanecerse. Antes de irse, me miró fijo y dijo:
—Las venas siguen abiertas, sí. Pero también siguen vivas. Y mientras haya alguien que las defienda, que las cante, que las escriba… América no habrá muerto. Solo estará soñando con despertar.
Y desapareció. No con estruendo, sino con la suavidad de una promesa que no se cumple hoy, pero que no se olvida.
Desperté con el corazón acelerado. Fuera, el mundo seguía girando. Pero yo ya no era el mismo. Porque había escuchado a Galeano. Y su verbo no era para entretener. Hablaba para despertarnos.
EPÍLOGO: EL SUEÑO QUE NO TERMINA

Mientras el sueño comienza a desvanecerse, Galeano me deja con reflexiones profundas y preguntas que invitan a la introspección y amplían mi cosmovisión:
La amenaza de invasión a Venezuela no es una crisis aislada. Es un síntoma del imperio en decadencia, que recurre a la fuerza cuando ya no puede seducir. Es la repetición de una historia vieja: el saqueo disfrazado de salvación.
Pero América Latina no es un botín. Es un pueblo, una memoria, una promesa.
Y como escribió Galeano: “No hay caminos para la paz. La paz es el camino.” Pero ese camino no será nunca por las botas de los marines. Nacerá por la solidaridad. Por la verdad. Por el coraje de decir: “Aquí no pasarán.”
La verdadera guerra no es contra el narcotráfico. Es contra la soberanía. Contra la dignidad. Contra el derecho de un pueblo a decidir su destino. Y el pretexto —como siempre— es fabricar un enemigo: primero fue el comunismo, luego las armas de destrucción masiva, ahora los “narcoterroristas”. Pero el guion es el mismo: justificar el saqueo con una cruzada moral.
El imperio, hoy encarnado en el jugador de casino Donald Trump y su corte de halcones, no busca justicia. Escudriña recursos. Busca el petróleo que mueve las máquinas del mundo. Pesquisa el oro que respalda a los bancos. Sondea el litio que carga los celulares, persigue el coltán que alimenta la tecnología. Explora el Arco Minero del Orinoco, con sus dos billones de dólares en minerales estratégicos.
Y cuando el imperio se tambalea —con un déficit comercial que supera los 500 mil millones de dólares anuales—, su primer reflejo es mirar hacia su patio trasero. Porque para que “América vuelva a ser grande” según los imperialista , alguien más debe ser saqueado.
Pero hay resistencia. Hay memoria. Hay conciencia. Y en esa conciencia, Eduardo Galeano sigue caminando. No en los libros. En los sueños. En las calles. En las palabras de quienes no se cansan de decir: “No pasarán.”
Porque mientras haya alguien que recuerde, que escriba, que grite, las venas no estarán solo abiertas. Estarán vivas. Y mientras estén palpitando, América seguirá soñando con despertar.
Y en esos sueños, Eduardo Galeano sigue caminando entre nosotros, con su libro en la mano y la verdad en la voz.
Un Comentario on REFLEXIONES DE GALEANO
ACTUALMENTE , AHORA , YA' TODO ES DIFERENTE YA APRENDIMOS YA SABEMOS COMO SOBREVIVIR A ESOS ENBATES DE ESTA GUERRA . AÑOS DE LUCHA NOS CURTIERON .
NO CREO QUE NOS DEJEMOS QUITAR TODO Y ADEMÁS NUESTRA IIDENTIDAD .
ESTOY SEGURO QUE AHORA ES
DIFERENTE .